La cita de los XVII Juegos Olímpicos de Roma en 1960 tenía varias lecturas. Por un lado estaba el maravilloso escenario, con monumentos y ruinas paralelos a las de la antigua Grecia. Por otro, el hecho de que aquí 1.566 años antes , un emperador romano, había decretado el fin del olimpismo.
Aconsejado por las autoridades cristianas, Teodosio el Grande había considerado los Juegos como una manifestación pagana. Y estos fueron enterrados hasta finales del siglo XIX, cuando los restauró el barón Pierre de Coubertin.
Todavía en los Juegos de 1928 de Ámsterdam, viejos cristianos habían hecho campaña contra los Juegos Olímpicos (con el beneplácito de la reina Guillermina) por su dudosa moralidad y religiosidad.
Pero vamos a lo nuestro. El gran show del atletismo, el más espectacular y legendario, entre las ruinas y senderos históricos, lo protagonizaría un hombre de color, espigado, con bigote fino ¡y descalzo! Se llamaba Abebe Bikila , y se convertiría en el más genuino representante del continente africano, que ganaba por primera vez una medalla de oro.
Tanto él como su compatriota Abebe Wakgira (que llegaría séptimo) fueron tomados en broma por los demás corredores y el público, que consideraban una total locura pretender correr 42,195 kilómetros descalzos por aquel viejo y duro empedrado que en la antigüedad recorrieron las legiones romanas.
El soviético Sergei Popov, mejor marca en la distancia, era el gran favorito, pero al cabo de 17 kilometros, ya se había puesto a la cabeza del grupo el etíope Bikila, soldado de la Guardia Imperial del Negus, que impuso su ley en las antiguas calzadas, mientras caía la noche y miles de antorchas iluminaban su camino triunfal.
Bikila y el marroquí Rhadi Ben Abdeselem, seguirían juntos por aquellas calles cargadas de historia de la Via Apia, hasta el kilometro 39. Y justo frente a la Iglesia Domine Quo Vadis, Abebe pegó el tirón definitivo para marcharse en solitario. La impresionante llegada al Arco de Constantino es una de las imágenes más bellas de la historia del olimpismo.
El público se rinde al guerrero descalzo, precisamente en el lugar donde veinticinco años antes Mussolini arengo a sus tropas a conquistar Abisinia, que era el nombre anterior de Etiopia. Bikila había triunfado en el corazón del país que invadió su hogar en su niñez.
Abebe Bikila ganó su medalla dorada con un tiempo de 2h15m16s, seguido por el marroquí Rhadi Ben Abdeselem quien macó 2h15m41s. Tercero fue el neozelandés Barry Magee que hizo una marca de 2h17m18s.
Bikila ya calzado volvió a ganar cuatro años después en Tokyo, ya con el rango de sargento real. Y lo intentó también en México 68, pero tuvo que abandonar por una lesión de tobillo.
Un año más tarde sufrió un accidente automovilístico cerca de Adis Abeba, con el “Volkswagen” que le había regalado el Gobierno, quedando paralítico de ambas piernas.
Murió en 1973 a los 41 años, y el viejo emperador Haile Selasie le concedió la más alta condecoración de Etiopia.
por Eduardo Cumplido Mayrock (Miércoles 21 de enero de 2015)