– Por Marcela Niemann y Rod Ballivián –
“ES UN SUEÑO, NO UNA CARRERA”
Fabienne Nazarian nació en Francia y llegó a nuestro país hace 12 años. Hoy está casada con un enólogo también francés, y divide su tiempo entre atender personalmente su tienda de telas Olivades y los ultramaratones, una de sus grandes pasiones.
En abril pasado, y como regalo de sus 40 años, se atrevió a correr uno de los ultramaratones más difíciles del mundo, el Maratón del Sultán, una carrera de 250 kilómetros en 6 días, que se lleva a cabo a través del desierto del Sahara. Una experiencia de vida que, sin duda, no olvidará jamás y que quiere volver a repetir en unos años más. Fabi, como la llaman sus amigos, obtuvo el lugar número 377 de 1060 participantes, y donde sólo el 16 por ciento eran mujeres.
En septiembre viaja a Francia a correr los 100 kilómetros de Millau, que a estas alturas para ella es como un entrenamiento. Y ya está pensando en cuál será su próximo desafío, ya que quiere correr los nueve ultramaratones más difíciles del mundo, ahora sólo le quedan ocho.
¿Cómo empezaste a correr?
Cuando estaba en el colegio odiaba hacer deporte, incluso me escapaba de clases para no trotar. La verdad es que “me picó el bichito” de un momento para otro, y empecé a correr para hacer algún tipo de actividad física. Cuando vivía en Marsella, Francia, corría por la playa; y ya cuando llegué a Chile, empecé a correr con mi amigo Marcelo Gálvez. Mis primeros 21 kilómetros fueron los de Adidas, y cuando llegué a la meta fui la mujer más feliz del mundo. Y así fui poco a poco, pero cuando pasas una meta, quieres la otra y la siguiente, siempre quieres más. Mi primera maratón (42 kilómetros) la corrí en Montreal el año 2007, fue realmente maravilloso. Ha sido el mejor maratón que he corrido, porque el primero nunca se olvida.
¿Cómo fue pasar de correr en la calle a otras superficies?
Creo que es la pasión por los desafíos, esa sensación de que mientras más difícil es, más me gusta. Empecé con maratones, y corrí varios, y después tenía que agregar kilómetros, y así pasé a los ultramaratones, los que muchas veces no son en calle, sino que en terrenos diferentes como el desierto y la montaña. Entonces sólo tuve que cambiar un poco el terreno.
¿Cómo llegaste a inscribirte en el Maratón del Desierto?
Soy una persona apasionada y me encantan los desafíos. Me metí a internet a ver las carreras locas que existían en el mundo y apareció ésta. Además, amigos míos me convencieron de que esa carrera era para mí. Es una de las más difíciles del mundo y decidí intentarlo. El primer ultramaratón que corrí fue el del Desierto, también corrí 70 kilómetros en Lican Ray, fue difícil pero lo pasé muy bien, me encantó. En septiembre voy a correr otro en Francia, los 100 kilómetros de Millau, que es a través de la montaña.
¿Cómo te preparaste para una carrera como ésta?
Para correr un ultramaratón tienes que estar bien preparado y saber cuidarte. Pero en una carrera así, es 80 por ciento cabeza y 20 por ciento físico. Por lo general, dos días antes de una carrera como fideos, dejo el vino tres semanas antes, lo cual no es menor, ya que mi marido es enólogo. Para el desierto lo dejé por 2 meses. Para esta carrera me preparé poco; empecé en noviembre del año pasado, pero tuve que dejar el entrenamiento un mes antes de la competencia por una lesión que casi me deja sin participar. Afortunadamente, todo salió bien.
Llegué a entrenar 180 kilómetros a la semana. Como iba a correr en el desierto, iba a entrenar a la playa los fines de semana, a Santo Domingo, cuando no podía ir, corría en la calle. En la carrera cada uno tenía que llevar su mochila con todo lo que ibas a necesitar, así que entrenaba con una que pesaba entre 6 y 9 kilos. Claro que en la competencia misma, mi mochila empezó pesando 12 kilos, lo que era mucho.
¿Qué riesgos se corren en un maratón de este tipo?
Uno de los mayores riesgos es la deshidratación, porque a 50 grados de calor no te das cuenta cómo el cuerpo va perdiendo la hidratación. A pesar de que yo tomaba bastante agua, no tomé muchas pastillas de sal, y me deshidraté y al tercer día tuve que estar en la clínica. Estuve al límite, pero me recuperé y pude seguir adelante.
¿Tuviste miedo de no lograrlo?
Nunca pensé en abandonar, pero el día de los 75 kilómetros se me pasó por la cabeza, ya que venía saliendo del hospital. Sin embargo, recibí un consejo que me hizo seguir adelante. Un señor que ya la había corrido cinco veces me dijo: “Fabi, no te apures porque no vas a poder, tu meta es terminar la etapa, no ganarla. Toma tu tiempo, camina, cuando suba la temperatura para, descansa”. Le hice caso, sino, quizá, no lo hubiese logrado.
¿Qué sentiste cuando cruzaste la meta?
Cada vez que pasaba una meta era una victoria. Pero cuando crucé la meta que terminaba la carrera, me sentí triste, pasó todo muy rápido. Incluso el último día, los que compartíamos carpa dijimos que lo íbamos a hacer lento para que durara más, eran 42 kilómetros, que para nosotros ya no era nada. El primer check point lo pasamos todos juntos y de ahí rematamos lo que quedaba. No queríamos que terminara la carrera.
Es un sueño, no una carrera. Es una experiencia de vida pero que pasa muy rápido.
Son seis días, lo que no es nada en una vida. Algo que preparas durante meses y que se va en un abrir y cerrar de ojos. Quieres guardar recuerdos y acordarte de todo, pero es un ritmo muy acelerado.
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