La primera maratón olímpica, la de los Juegos de Atenas de 1896, fue idea del filólogo francés Michel Bréal, quien al enterarse de que se estaba organizando el evento deportivo, le propuso a su amigo el barón Pierre de Coubertin que realizara una prueba de gran fondo con el nombre de la legendaria batalla de Maratón.
La prueba se disputó el 10 de abril, comenzando en el pueblo de Maratón en la costa noreste de Grecia, y la llegada se realizó en el Estadio Panathinaiko en Atenas, recorriendo los polvorientos caminos que unían ambas localidades. La distancia que se recorrió fue aproximadamente de 40 km.
A la hora de la verdad correrían la prueba 17 participantes de los que 13 eran griegos y sólo había 4 extranjeros. La carrera se inició a las 14:00 horas al disparar su pistola el Coronel Papadiamantopoulos.
El único que tenía relativa experiencia en carreras algo más largas era el francés Albin Lermusiaux, por haber disputado algunas pruebas de cross. Pero el australiano Teddy Flack, el norteamericano Arthur Blake y el húngaro Gyula Kellner no tenían la preparación para tan agotadora distancia.
Así, los cuatro empezaron marcando su estilo, poniéndose en cabeza y destacándose notoriamente de los griegos. Pero, poco a poco fueron pagando su inexperiencia y su mala administración -por desconocimiento- de la fuerzas.
Blake y Flack se rindieron agotados a mitad de la carrera, el francés resistió en cabeza hasta encontrar una fuerte subida en el kilómetro 33, que lo dejo materialmente tieso y abandonó. El único que acabó la carrera fue el húngaro, aunque sobrepasado por algunos corredores griegos.
A la larga los helenos acabaron imponiendo su fuerza y su conocimiento del terreno, así como su adaptación al fuerte calor reinante, entre las dos y las cinco de la tarde.
Entre los 17 que participaron de la prueba, 10 atletas hicieron el recorrido completo, y el que triunfó finalmente fue un griego de origen modesto de 1,63 metros, con un tiempo de 2h58´50”. En su niñez fue pastor, y luego iría dedicándose a panadero, albañil, cartero, para ganar el sustento de su familia.
Se llamaba Spiridon Louis, y se pasó las vísperas de la carrera en ayuno y oración, comulgando en la mañana de la carrera. Al cabo de tres horas (2h 58´50”) de extenuante esfuerzo, Louis hacia su entrada triunfal en el estadio, vestido de blanco y con el número 17. A modo de escolta, tras él y en medio del delirio general, entra el escuadrón de caballería que había controlado la carrera, y que se había olvidado de los demás corredores.
El entusiasmo es tal que, contra todo reglamento y protocolo, los príncipes Constantino y Jorge saltan a la pista, agarrando cada uno por un brazo a Louis y recorren el último metro con él. Luego dijeron que su gesto fue para proteger al héroe del propio público, que había invadido también la pista.
Lo cierto es que se armó tal desorden que a los otros corredores les costó llegar al final.
Segundo fue el también griego Kharilaos Vasilakos (3h 02´06”) y tercero su compatriota Spiridon Belokas (3h 06´30”), pero éste fue descalificado cuando se descubrió que hizo parte del recorrido subido en un carro, por lo que la medalla de bronce pasó al húngaro Gyula Kellner (3h 06´35”).
En señal de desagravio por haber sido engañado por un griego, Kellner recibiría de parte del Rey Jorge I nada menos que un reloj de oro.
por Eduardo Cumplido Mayrock (Miércoles 25 de febrero de 2015)