Race Report Cañi Trail 50K
Cada carrera es una aventura y Cañi, para mí, lo fue con mayúsculas. Apenas salí del trabajo tocó ir rápidamente al bus que me llevaría a Pucón desde Santiago. El equipaje fue sencillo: zapatillas, ropa y elementos para la carrera, vivac y saco de dormir. No sabía bien dónde dormiría ni como llegaría a la partida, pero el entusiasmo y las buenas referencias que recibí de la carrera, suplieron la falta de planes.
La belleza del Santuario
A las 3 am del domingo la alarma indicaba que empezaba la travesía. Junto a otros 6 corredores conseguimos transporte que nos dejó en una caseta a metros de la entrada al santuario. Aproveché de dormir unos minutos en un rincón y conforme llegaban más corredores, la emoción se empezó a respirar en el ambiente. Al poco rato llegó uno de los organizadores, recalcó detalles como los más de 3 mil metros de desnivel positivo que nos esperaban, lo hermoso que sería el circuito y la dedicación especial con que habían habilitado los senderos exclusivos para nosotros, todo ello con un mensaje constante de que disfrutáramos la carrera. Éramos unos 50 corredores, esperando la partida de esos también 50 kilómetros.
6.15 am, llegó el instante, se encendieron las linternas frontales y partimos. Unos metros y ya estábamos ingresando al Santuario Cañi que nos recibió entre los pálidos colores del amanecer y el canto de una infinidad de aves que parecían querer contarnos algo de la belleza que de ahí en adelante podríamos contemplar.
Comenzamos a subir de inmediato. Sabíamos que el principio eran 7 kilómetros de sólo ascenso que impidieron sentir el frío de la mañana. Hasta ese punto, el camino era sencillo, muy diferente a lo que nos deparaban los demás kilómetros. Al ingresar al bosque, todo cambió. Los tallos de coligüe eran un desafío en sí mismo, pues junto a las otras raíces hacían que cada paso fuera un probable enredo o tropiezo. No es un sendero que pueda correrse distraído, exige del corredor todos los sentidos al máximo, cualquiera que pretenda evitarlo se arriesga a caer incontables veces o a despilfarrar una oportunidad maravillosa. Durante esos 50 kilómetros uno siente que los ojos son demasiado pequeños para apreciar tanto bosque, tanto volcán en los miradores, tanto reflejo cristalino de las lagunas, y que los oídos no alcanzan para registrar tanto trinar de aves y los casi imperceptibles ruidos de liebres, lagartijas e insectos que parecen esconderse, pero no lo suficiente para realzar la experiencia al corredor que va dispuesto a contemplar y maravillarse con el entorno. Todo ello facilitado por el marcaje que estuvo siempre muy claro, evitando la preocupación de perder el camino.
Los salvajes 50K
No es una carrera que deba hacerse sin entrenar subidas, de hecho, es muy recomendable el uso de bastones aunque si no los tiene, el mismo bosque regala trozos secos de coligüe que cumplen bien la función. Es más, pienso que no es una carrera para correr propiamente tal. En las subidas toca resistir el cansancio de kilómetros que avanzan lento y cuando el sendero en algo da tregua a las piernas con algún plano, aparecen lagunas que se transforman en espejos confundiendo literalmente donde termina la tierra y comienza el cielo. Las araucarias cautivan extendiéndose a las alturas y a la vez a sobre la superficie el agua, en una imagen que quita el aliento aún más que la pendiente que acaba de quedar atrás. Es ahí donde parece imposible no detenerse, observar unos segundos y agradecer el sólo hecho de estar ahí.
Apenas logré volver a recordar que fui a correr, volví al sendero y otra vez a subir. Ahora el camino nos encuentra nuevamente con aquellos amigos con los que largamos de madrugada. Veo a corredores más rápidos que yo, bajando a un ritmo impensado para mí y sin excepción en sus rostros una expresión de alegría, de sorpresa. Algo hay allá arriba, al final de la subida, que los hace descender encantados de vuelta. Más de algún amigo en ese breve instante en que nos cruzamos en el camino mientras yo subo y él baja, me dice “¡arriba se ve todo!”. Los rostros de alegría me entusiasman y sigo subiendo. Finalmente entiendo. El mirador de la cumbre regala una vista panorámica de toda la zona rodeada de volcanes. Recordé que en la charla técnica la organización nos recomendó que nos detuviéramos a disfrutar de la vista del paisaje, que un minuto de contemplación bien valía la pena. Pensé que esa recomendación era una redundancia. Parecía imposible no detenerse a observar el contorno de las montañas, el contraste de los nevados con el azul del cielo, el verde furioso del bosque a mis pies, el reflejo brillante de las lagunas. ¿Cómo podría alguien no detenerse a observar todo eso? ¿Para qué viajamos centenares de kilómetros e invertimos decenas de horas si no es para dejarse maravillar, para sentirse reducido a la nada y a la vez tan privilegiado de contemplar tanta grandeza natural? Grabé parte de esas reflexiones en la cumbre, conversé un momento con el rescatista y comencé a bajar con energías renovadas. La carrera empezaba de nuevo, no sin provocar en mí que a cada corredor que encontraba subiendo le gritara que el premio del mirador compensaba el esfuerzo de subir.
Luego otra vez las lagunas, el sendero estrecho y las araucarias que merecen una mención propia. Nunca antes había pasado por tantas araucarias pequeñas que se encargaban de recordarme que allá es el corredor el invitado, que son ellas las anfitrionas del bosque y que nuestra piel es una capa vulnerable a sus hojas puntiagudas. Estoy seguro que no hubo corredor que ahora mismo no tenga marcas, pinchazos y todo tipo de heridas pequeñas a modo de sutil souvenir de la carrera, así como también estoy seguro de que todos quienes estuvimos ahí tenemos anécdotas de alguna raíz que nos enredó el paso y de que los muslos nos gritaban ¡basta! en esas interminables subidas.
La aventura del Cañi
Pensando en la carrera, no puedo pasar por alto a quienes estuvieron en los abastecimientos, a los rescatistas y bomberos. Uno nota cuando existe un compromiso de seguridad y apoyo al corredor más allá del cumplimento de tener líquido y alimento disponible. Varias veces corrieron a ayudarme a rellenar mi bolsa de agua –cuyo cerrado requiere casi un curso de capacitación- y entre varios voluntarios conseguían volverme a poner en marcha. Detalles así, transforman el ejercicio de correr en una experiencia humana y de contacto con la naturaleza.
En Cañi toca cruzar riachuelos, saltar y encaramarse en troncos y ramas, agarrarse con pies y manos al suelo para seguir subiendo y tener los brazos siempre atentos para las probables caídas por enredarse en raíces y los tropiezos con los invencibles troncos de coligüe.
Como anécdota, me queda que en el último cruce de un río, tocaba trepar por el barro. Mi incontinencia por beber agua de cada afluente que encuentro en ruta, hizo que me arrodillara a beber, lo que parece haber sido un esfuerzo extra que, luego, al intentar trepar por las raíces para retomar el sendero, me provocó un calambre que me dejó a medio subir, en semicuclillas. Otros corredores trataban de ayudarme, pero yo sencillamente estaba sin posibilidad de seguir subiendo o bajando, aferrado a una raíz mientras de a poco me resbalaba en el barro. Fueron un par de minutos en los que quien pasaba por mi lado no podía evitar reírse, tampoco podía evitarlo yo, entre el dolor del calambre y mi poco digna posición y entregado a la resistencia de una raíz a la que me aferraba. A los minutos me recuperé y me quedé un rato ayudando a corredores de otras distancias, así la recta final de carrera fue entre risas, muy acompañado, conversando y dándonos recíprocamente ánimo para terminar el recorrido.
Al final, una subida más que en la charla técnica habían advertido era un murallón para terminar los últimos metros con una suave bajada hasta la meta donde, como siempre, están los amigos esperando para compartir impresiones y saber cómo llegó cada uno y, como cariñoso detalle la organización nos agasajaron con cerveza y choripanes.
En definitiva, correr en Cañi es toda una aventura para disfrutar de la naturaleza. Si alguien quiere correrla, mejor deje el cronómetro en casa, vaya con los ojos bien abiertos para evitar tropezones y, por sobre todo, para mirar la belleza de un santuario en el que correr es un privilegio.
Por Ricardo Gómez
Trail Runner
Fecha de la carrera: 28 de enero de 2018