Cristian Guzmán: “Segundos de gloria”#CristianGuzman #MaratonViña #RunchileRaceReport

Race Report Maratón Internacional de Viña del Mar 2017

Soy un corredor promedio, sin grandes cualidades más que su constancia, dedicación y planificación. Vengo de un debut algo doloroso en maratón en 2016 y, más recientemente, de un fracaso en la misma distancia el primer semestre 2017. También otros compañeros quedaron dañados de una u otra forma.

¿Qué podía hacer? Quería perderle el miedo al maratón. Una voz me decía: «inténtalo nuevamente, pero se más inteligente y menos ansioso». Estos eran los catalizadores que me llevaron a intentarlo nuevamente. No quería perder el esfuerzo de estos años y quería dejar atrás los fantasmas.

El plan en un principio era claro: Terminar «bien» un maratón. Pero para ello tenía que tomar una decisión, consistente en entrenar con una visión más técnica que agresiva. El plan comenzó en mayo, y Viña siempre se había comportado muy bien ante mis medios maratones, por lo que decidí tener mi revancha en la Ciudad Jardín. Los entrenamientos salían bien, tomaba confianza y me propuse bajar las 3 horas. El entrenamiento se enfocó más en series largas que en volumen, teniendo precaución de la frecuencia cardíaca para no terminar muerto 5 días a la semana. Algo escéptico asimilé el entrenamiento, pero no me convencía en un principio debido a que no se notan mejoras, Te sientes lento…hasta que compites.

Viña siempre es de mi agrado, con una buena organización, baños de sobra y partidas diferenciadas. Yo ya sabía mi ritmo y me iría parejo toda la carrera. 4:10 sería perfecto. Correr al nivel del mar ayuda, no cabe duda, más cuando se entrena en Santiago en invierno, con smog y algo de altura.

La carrera tendría de todo: Concentración, soledad, encuentros esperados, inesperados, compañía, entusiasmo, miedo, dolor, fuerza y emoción.

Todo comenzó tranquilo. No existió esa explosión de corredores buscando una meta cercana, se notaron cautelosos desde el principio. Vi algunos amarillos adelante, muchos naranjos, gente animando, pero yo iba a ritmo, siendo muy cauteloso. Los primeros 10 km pasaron sumamente rápidos, pero fueron bastante solitarios. A mi ritmo sólo iba una persona más, pero sabía que el giro traería toda la energía de los corredores de 42, 21 y 10. No me equivoqué. Mucha gente saludó, me nutrió de ánimo y me sentí como nuevo. ¿En serio voy en el km 13? Sentí como si recién comenzase la carrera, sin cansancio alguno. Las ganas de acelerar estaban latentes, pero Santiago y Rotterdam (Revisa el Race Report de Rotterdam AQUÍ) estaban en mi mente, por lo que seguí cauteloso. En ese mismo km me encontré con Matías, quien me acompañó el resto de la carrera. Esto hizo que me distrajese mentalmente y no fuese tan duro el tramo solitario de Concón.

El ritmo siguió parejo. Me comenzaron a pasar los más rápidos de 21km. En el km 19 me encontré con Camila y Pablo, que siempre están ahí, ahora como familia, apoyando y dando ánimo a todos.

Al pasar por Reñaca, en el km 21, pasé el medio maratón al ritmo propuesto y no sentí cansancio alguno. «Esta es mi carrera. Ahora o nunca», pensé.

En el km 25 recién noté que había alguien que nunca se había despegado de mí. Al parecer nunca fui tan solo. Matías me transmitió toda la energía de mi grupo de entrenamiento. Todos estaban pendientes de mí. Eso me distrajo y alentó aún más.

En el km 29, seguía en un ritmo increíblemente parejo. Me sentía inmortal. Llevábamos algo más de 2 horas de carrera, pero fue aquí cuando sentí algo extraño. La misma sensación que cuando me levanto muy rápido de la cama. Un mareo extraño que me hizo recordar fantasmas: Era el inicio del muro. Se me estaban acabando las reservas de carbohidratos.

Si mi ritmo hasta ahí era fácil de llevar, ahora tenía que ejercer esfuerzo para mantenerlo. Estaba corriendo con miedo, pero ahí fue cuando escuché un «¡ya pueh, Guzmán! ¡Arriba esas piernas!». Era Juan Pablo, con el que entrené todos los largos. No pudo correr porque está a punto de ser papá en los próximos días, y solo viajó para acompañar. Me pilló totalmente de sorpresa. La primera emoción de la carrera que me distrajo por unos kilómetros.

Doblemente acompañado, logré aguantar el ritmo hasta el km 33. Sabía que si veía el faro la cosa se volvería más llevadera, pero nunca llegaba.

Mi ritmo había comenzado a empeorar en 10 segundos. Comenzaron los dolores musculares y se volvieron insoportables, por lo que en el km 36 mi cabeza pedía desesperadamente parar. Lo iba a hacer al llegar al final de una curva que vi a la distancia, pero justo cuando iba a parar veo a mi derecha el faro y el término del falso plano con una bajada que me animó a seguir. «Sólo es dolor muscular» pensé. Hasta el día de hoy me cuesta creer que no haya parado ahí.

A esa altura no quería ningún gel, ya no hablaba y con suerte tomaba un poco de agua. Sabía que mi ritmo estaba raspando las 3 horas. Vi un letrero cerca: km 40. En los últimos 7 km había empeorado mi ritmo en 15″, no me quedaba margen. Es ahí cuando vi a los primeros maratonistas caminando, acalambrados y renunciando a la carrera. Comencé a sentir el aliento de la gente al mismo tiempo que sentía mis isquiotibiales a punto de acalambrarse. «Aguanta, tú puedes», era lo único que escuchaba dentro de mi cabeza.  JP y Matías no paraban de alentarme, pero las personas de los puestos de hidratación me entregaban agua asustados. Debía ir con una expresión terrible de dolor en mi rostro.

Km 41 y no puedo apurar porque si lo hago me acalambro. Entré en un pasillo donde está Nico (después de su mejor 21km) y Antar. Se nos une Lucas. Iba más acompañado que nunca y sentía cómo la gente, al verme tan mal, me alentaba con todo, aunque no me conocían. Ese es el momento más mágico de la carrera, donde uno saca fuerzas de donde ya no tiene  y la meta se ve más cercana. Ahí estaba mi polola gritando, y otros Santiago Runners. Ya no podía hacer gestos, sólo sentía que estaba corriendo con todo (después me percaté que mantuve el mismo ritmo). Vi el reloj a la distancia, y no me equivocaba: Estaba con muy poco margen. Marcaba 2:59:30 y quedaban 100 metros. Corrí con lo que me quedaba. Escuché gritos a mi alrededor, sentí que braceaba y respiraba más fuerte. Sentía que volaba y vi la alfombra azul bajo mis pies. Miré hacia arriba y vi el crono: 2:59:50.

Recién ahí mi cuerpo recordó el dolor. No sé qué hice al parar, pero caí y me llevaron a una camilla. ¡No alcancé a agradecerle a nadie! Estaba en éxtasis. No sabía dónde estaba. Sólo me sentía cansado y desorientado. De pronto veo una cara conocida. Era Carol, mi polola, que me dijo: «¡¡¡Lo lograste!!!”. Ahí asimilé todo. La miré, la abracé y me puse a llorar.

He corrido varios medios maratones, varios 10k, y siempre será «entrete» superar mis tiempos en esas distancias. Pero lo que uno vive corriendo los 42km es algo que tienen que sentir, sufrir, emocionarse y gozar. La mezcla de todos estos ingredientes lo hace una prueba única y, si a eso le añadimos lo vivido en las anteriores maratones, puedo decir, con mucha emoción y felicidad, ¡que existen revanchas en este deporte!

Cristian Guzmán
Santiago Runners

Fecha de la carrera: Domingo 1 de octubre de 2017

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