Pía Urzúa Guzmán: “Chicago me enamoró y la distancia madre me enseñó”#MaratóndeChicago2025 #RaceReport

Race Report – Maratón de Chicago 2025

Nos volvemos inquebrantables cuando el cuerpo, la mente y el corazón se alinean en un mismo propósito. Ahí ocurre la magia del maratón.

Antes de empezar a escribir sobre la carrera, creo que es necesario mirar un poco hacia atrás, hacer un pequeño flash.
El 1 de junio, junto a mi coach Raúl Mora, comenzó el proceso rumbo a la Maratón de Chicago, lo que sería mi segunda maratón y mi primer Major.

Con mucha ilusión y determinación empecé poco a poco a sumar kilómetros, entrenar fuerza tres o cuatro veces por semana y trabajar en mis hábitos: las horas de sueño, el carrete, la alimentación y el descanso. Durante esos meses corrí tres 21km muy buenos que me hicieron sentir fuerte y segura. Todo parecía perfecto, hasta tres semanas antes, cuando apareció mi primer dolor: La rodilla izquierda.

Entre pausas y entrenamientos intermitentes, no sabía qué hacer. No lo quise comentar mucho para no “llamarlo”. Pensaba que se iría solo. Dos semanas antes de Chicago iba a hacer mi último fondo de 25 km, pero al km 17: Clack, no pude seguir. Volví caminando, con lágrimas y mucha incertidumbre. Pensé que no iba a poder correr.

Justo estaba Rodri Machado con su team; me vio, me habló con cariño y me calmó. Mi amigo Seba Coloma también fue un apoyo clave, me hizo pensar muy positivo. Los menciono porque ambos fueron fundamentales en ese preciso momento. Luego Sofi y Raúl me dijeron qué hacer, y el martes ya estaba en Painland. Sí, era una lesión, pero leve. Iba a poder correr, aunque “la sintiera”. Hice literalmente todo lo que me dijeron y todo lo que estaba a mi alcance. Nueve sesiones de kine en seis días. Fue clave también el Rodri Diaz, que sus masajes y preocupación hacen magia.

La rodilla mejoraba, pero no podía correr, y la inseguridad crecía. El martes de la semana de carrera nos juntamos con Sofi, Raúl y mi compañera Denis para hablar de la estrategia. Raúl me recordó todo lo que había trabajado y me devolvió la confianza. Qué importante es confiar en los coach.

Siendo muy sincera, estaba agotada: Dormía poco por la pega y, además, el lunes supimos que Kiko, mi pololo, no podría acompañarme por tema de visa. Viajaba sola. Entre la lesión, el cansancio y la noticia, me entregué a lo que viniera, pero con mente positiva. Acepté todo como parte del proceso. Creo que eso fue lo más clave: Aceptarlo todo como parte de un plan perfecto, sin alegatos, con mente positiva. Todo iba a estar bien. Estaba abierta a lo que el universo quisiera para mí. Yo ya había hecho todo lo que estaba a mi alcance; ahora solo tocaba fluir.

El miércoles: Chao Chilito. Al aterrizar en Chicago sentí alivio y felicidad. Me enamoré al instante de la ciudad. Esos días fueron de descanso total, buena alimentación, trabajar tranquila y dormir.

El sábado apareció un poco de nervio, hasta que la Meri (una amiga muy cercana) me mandó un audio de 22 minutos: mi familia, mis amigas, mi equipo… todos mandándome amor y ánimo. Fue el mejor regalo. Escuchar sus voces me sacó carcajadas y me llenó de calma. No paraba de sonreír mientras escuchaba todo en la farmacia.

Esa noche dormí bien y tuve dos sueños hermosos: con mi abuelo Coke y con mis perros Curi y Huaso, que ya no están. Sentí que vinieron a darme paz.

Al amanecer, los nervios volvieron. Mi hermana mayor, la Tani, me mandó unas palabras que me tranquilizaron. Puse música (reggaetón, jaja), me duché y salí rumbo a Grant Park.

En el metro se respiraba la energía colectiva de los corredores: silencio, respiraciones profundas, miradas al infinito. Subiendo la escalera del metro conocí a dos chilenos muy simpáticos y secos, Germán y Tomás, y fuimos conversando hasta el Gear Check. Esa conversación me ayudó a llegar más relajada y activa.

Ya dentro de la zona C/D calenté un poco, pero me sentía algo mareada y decidí guardar energía. Me dije: “Bueno, me quedan 42 km para calentar, jaja”. Me habían dicho que el GPS fallaría, así que mi plan era correr con los pacers de 3:10. La espera se me hizo eterna… hasta que apareció Cristian, otro chileno, con quien conversé un rato. Nos deseamos suerte, puñito, y ¡pum! empezó la maratón.

Mi estrategia era simple y clara: mantenerme con los pacers de 3:10, sin adelantarlos, e ir tomando decisiones según mis sensaciones.

Los primeros 5 km fueron caóticos, todos partieron muy rápido. Hasta los pacers iban más rápido, pero no quería perderlos de vista. Me abrumé un poco por el ruido y la cantidad de gente, pero me dije: “Tranqui, esto va a ir decantando”. Y así fue. En el km 6 logré pegarme al grupo y estabilizar el ritmo. Desde ahí, todo fluyó. Corría liviana, enfocada, disfrutando.

Sentía el calor, así que decidí hidratarme en todos los puntos, sin falta. Gracias a eso, nunca tuve calambres ni deshidratación. Ningún dolor en toda la carrera. Estoy convencida de que la hidratación fue clave en mi resultado.

Del km 6 al 20 estuve en estado de flow: concentrada, en silencio, solo escuchando los pasos del grupo. La mente me acompañaba, mis piernas se movían bien, mi corazón latía tranquilo. Íbamos entre 4:25 y 4:30 min por km aprox.

En el km 20, en un punto de hidratación donde me demoré un poco más, perdí a los pacers. Bastó un segundo de distracción. Empecé a apretar progresivamente hasta el 25, donde los alcancé. Corrí siempre a sensaciones, guiada por los pacers. Miré muy pocas veces el reloj, y eso fue maravilloso, me sentía muy libre.

En el 30 sentí que empezaba la verdadera maratón. El calor y el cansancio ya se notaban, pero la mente seguía firme. Tenía que decidir: mantener el ritmo o bajarlo un poco. Opté por bajarlo levemente; y dosificar para conservar energía. Aún quedaban 12 km muy importantes. Corrí un poco más despacio, pero sin soltar. Mi mente estaba fuerte.

En un momento pasamos un cartel de Nike que decía algo así: “Calla a tu mente”. Pensé: ¿Qué? Al revés… mi mente me está guiando con todo. Gracias, mente. ¡Háblame nomás! jajaja

En el km 36 ya sentía el desgaste, pero echarme litros de agua encima me mantuvo bien. Entre el 36 y el 39 me repetía: “Relájate, si tienes que bajar el ritmo para llegar bien, no pasa nada. Lo estás haciendo increíble”. Me hablé con mucho cariño y ternura, eso ayuda mucho. Muchos corredores caminando en este tramo, pero yo seguía, inquebrantable.
En este tramo me topé con la hermosa Naty y fue lo mejor, un boost de energía su linda presencia. 

En el km 39 supe que lo tenía. No había dolor, ni calambres, ni un rastro de dolor de la rodilla. Solo cansancio. Me hablé con cariño: “Vamos, Medu, lo lograste, te queda poquito.”

No tenía a nadie haciendo barra, así que fui siempre muy concentrada, sin mirar mucho hacia afuera. Pero de pronto escuché un “¡Pía!” y pensé: ¿Qué? Era la Elisa Salas, una amiga del colegio. Fue muy lindo. Gracias, Eli. Sonreí y ya sí que no quedaba nada.

Afronté la última subida del puente —de la que tanto me habían advertido— y la subí feliz, con los cuádriceps firmes y apretados. Giramos a la izquierda y vi el cartel: CONGRATULATIONS. Sonreí, sonreí, sonreí. Miré el reloj y pensé: Uff, ¿La hago en 3:12:55? “Intentémoslo”. Apreté, apreté… y crucé la meta en 3:13:00 cerrado jajaja. 

Si bien el crono me hizo muy feliz, haber bajado 10 minutos de mi maratón anterior fue un regalo, pero lejos lo que más me emocionó fue haber corrido entera, fuerte y sin miedo.

Mi mente fue mi mayor aliada: nunca dudó.
Mi cuerpo, mi motor más leal, fuerte y trabajado.
Mi corazón, el que marcó el ritmo perfecto para fluir sin prisa, sin miedo.

La organización, un 10/10. Desde el retiro del kit hasta la cerveza post maratón, todo impecable. 

Chicago me enamoró y la distancia madre me enseñó.
La maratón te libera del ego, te muestra tus fortalezas y debilidades, te hace morir un poco y renacer. Te enseña que, cuando cuerpo, mente y corazón se alinean, nada puede quebrarte.

Gracias, gracias, gracias.
Con ganas de seguir mejorando y aprendiendo de esta hermosa distancia.

Por Pía Urzúa Guzmán

Fecha de la carrera: Domingo 12 de octubre de 2025

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