Race Report – Maratón de Lima 2025
Lloré más de lo que esperaba. Pero no fue por cansancio ni por dolor. Fue porque, en el fondo, sabía que algo importante estaba ocurriendo.
El viernes había retirado el kit a primera hora, sin filas y con una calma que me permitió vivir esa experiencia como una niña recibiendo su primer regalo. Al ver el pin que decía “Mis primeros 42K”, me sorprendí llorando por primera vez. Luego, paseando por la expo, supe que la medalla había sido diseñada por personas no videntes. Y lloré otra vez. Porque ya no era solo una medalla. Era símbolo de algo más grande.
Ya el domingo, a minutos de correr 42,195 kilómetros por primera vez en mi vida, esperaba el estómago revuelto, la mente a mil, o no poder dormir la noche anterior. Pero no. No estaba nerviosa. Lo único que tenía era una ansiedad dulce y muchísima emoción. Cuando llegué al Parque Kennedy y caí en cuenta de que esto ya estaba ocurriendo, volví a llorar. De emoción pura. Y desde ese momento, todo fue presencia: atención plena, absorbiendo cada instante como si no quisiera perder ningún detalle.
El trayecto al encajonamiento según las “olas” fue algo caótico, pero para mí no había espacio para el estrés. Solo el disfrute. Cuando llegó la hora de salir, todo fue ordenado, con gritos de aliento y entusiasmo. Pasar por el primer punto de registro y apretar “start” en el reloj ocurrió en una fracción de segundos. Ya estaba dentro. El viaje había comenzado.
Durante meses, tuve miedo. De la altimetría. Del calor. De la humedad. Leí reportes, escuché advertencias, me preparé con respeto. Pero en el fondo, la verdadera incertidumbre era otra: ¿qué versión de mí encontraré allá? Avanzaban los kilómetros y disfruté cada uno. Al igual que en el encajonamiento, decidí no dejar que externalidades como la gente cruzando de un lado a otro o que, por la estrechez de las calles sólo hubiera puntos de hidratación a un solo lado, me desenfocaran del momento que estaba viviendo. Me mantuve presente. Me reí. Saludé. Respiré. Y seguí.
En el kilómetro 40.5 aproximadamente (antes de dar la vuelta para tomar Av. La Paz por última vez), de la nada sentí un golpe en el pecho. La garganta apretada. No podía respirar. Y lloré. Lloré como si todo el entrenamiento, los temores y la vida entera salieran en una sola exhalación. Lloré de felicidad. De gratitud. De saberme viva, fuerte, auténtica. Sabía que cruzaría esa meta, y la felicidad me desbordó. Corrí por Av. La Paz con una sonrisa de oreja a oreja y a menos de 700 metros de la meta, un grupo de mujeres que estaba alentando tenían un cartel que decía: “No te conozco, pero ya te admiro”, aún me emociona recordarlo porque entendí que, de alguna forma, lo que yo estaba haciendo podía mover algo en otro ser humano.
Crucé la meta con los brazos en alto y una euforia que no se parece a nada. Correr mi primera maratón en Lima creo que fue la mejor decisión que pude tomar, el cariño de la gente es impresionante, el ambiente previo en la expo, el cuidado que sentí de los voluntarios y el ambiente en general es increíble.
Terminé mi primera maratón con una certeza: soy otra. No mejor, no más rápida. Simplemente más yo. Correr un maratón no se trata de demostrar nada, sino de encontrarte contigo misma en cada paso. Es un viaje que te cambia para siempre. Hoy, cuando repaso esa mañana en Lima, no pienso en el tiempo, en el ritmo ni en los kilómetros, pienso en esa mujer que corrió solo para sí misma. En ese cartel que decía lo que no sabía que necesitaba oír. Y me pregunto: ¿Cuántas veces en la vida nos regalamos el derecho a hacer algo solo por y para nosotros y terminamos, sin saberlo, inspirando a otros?
Lima 2025, para siempre en mi corazón.
Mónica Vera
Fecha de la carrera: Domingo 25 de mayo de 2025