Race Report – Maratón de Londres 2025
Correr el maratón de Londres ya es por sí mismo maravilloso porque se recorren las calles de una histórica ciudad, pasando por sus emblemáticos y característicos símbolos arquitectónicos que reflejan a la nación británica, como el puente London Tower, la abadía de Westminster con la icónica torre del reloj, el Big Ben, o la llegada frente al Palacio de Buckingham.
Pero más allá de eso, Londres tiene además la particularidad de ser la ciudad que dio origen a la distancia actual, cuando en 1908, el rey Eduardo VII y la reina Alexandra solicitaron que la carrera, de 40 kms desde que comenzaron los Juegos Olímpicos modernos en 1896, se extendiera arbitrariamente 2 kilómetros y 195 metros más sólo para poder ver a los corredores desde el balcón del palacio real.
Por eso, el maratón de Londres es especial, tanto o más que la tradicional carrera de Boston, aunque para mí ésta última continuará estando en un lugar especial de mis recuerdos y maratones favoritos (no es que haya corrido muchos aún).
Con esos pensamientos en mente, me ubiqué en el corral 1 de la salida Amarilla a las 9:35 de la mañana en Greenwich Park. Tenía la leve esperanza de hacer un buen tiempo, básicamente confiando en procesos anteriores, experiencia y un entrenamiento que cumplí en su mayoría, aunque no fue del que me hubiese gustado por distintas razones de la vida.
Así, estaba parado en ese corral, concentrado, decidido para avanzar en la carrera a un paso firme, pero conservador, sin arriesgar todo desde el inicio. Los primeros tres kilómetros fueron un poco más rápidos, aprovechando el leve descenso de las calles de la zona residencial Este de Londres, hermosos barrios en las afueras de la ciudad, donde la gente ya alentaba en las veredas con letreros, campanitas y parlantes con música en los jardínes de las casas. Tónica que sólo fue aumentando en la medida que el kilometraje avanzaba.
Miles de personas, a cada lado de la calle, no paraban de alentar y, en muchos sectores, como en el kilómetro 10, rodeando el Cutty Sark, el velero apostado en uno de los costados del Támesis, eran verdaderos pasillos de gente que no hacían más que alegrar el recorrido cuando ya comienzan a aparecer las primeras señales de una carrera que va en su primer cuarto, en un inusual día soleado y ya con cerca de 20 grados.
En ese contexto de inusual calor para esta ciudad, me encantaron las botellitas de agua, que con una agradable regularidad y una tapa fácil para abrir, se podían mantener cómodamente en la mano durante varios metros. Menos grato fue la bebida isotónica, Lucozade, por su menor frecuencia (recuerdo haberla recibido sólo en tres o cuatro puestos), que en sus vasitos de papel uno termina con el líquido todo derramado. También se agradecieron las duchas de agua, que permitieron refrescarse de esa soleada y calurosa primavera londinense.
Llegué al Tower Bridge, en el km 20, entero, contento y maravillado por estar pasando por ese emblemático lugar, intentando hacer realidad dónde estaba, grabando todo en mi mente para no olvidar esos casi 250 metros del puente que cruza el Támesis para emprender la segunda parte de la carrera. Más aún, cuando a lo lejos siento un grito con mi nombre, veo a mi pareja, su linda sonrisa y una inyección de energía carga de nuevo mi cuerpo.
Logré mantenerme hasta el kilómetro 27 aproximadamente, cuando sentí que no iba a poder sostener el ritmo que llevaba y, ahí, decidí dejar el tiempo a un lado. Bajé el ritmo a uno cómodo, que me permitiera no perder tanto, pero al mismo tiempo ir haciendo tangible cada metro nuevo que recorría, ir viendo a la gente, los letreros, las distintas zonas, calles, edificios y emblemas del país. Todo iba bien hasta el km 38 cuando me atacaron dolorosos calambres, uno en cada pierna, que me obligaron a detenerme un par de minutos cada vez. Y a partir de ese minuto, la tarea era solo llegar lo más entero posible.
Sufrí mucho en la avenida The Mall, pero no me importaba. Porque a lo lejos veía el majestuoso Buckingham Palace, que marcaba los últimos metros de la carrera, con emociones que afloraron como sudor en mi piel, pasando de la alegría al llanto, del llano a la algarabía, sintiendo el apoyo de mis compañeros y compañeras de club, de mis amigos, que sabía estaban ahí alentando a la distancia.
Llegando a Buckingham, imponente, histórico y símbolo de una monarquía que para ciudadanos de un territorio que desde su nacimiento ha vivido como una república, no deja de sorprender por sus contrariedades. Esos últimos metros dentro del parque St. James serán inolvidables, corriendo a duras penas, con las piernas adoloridas, pero feliz de poder tener la posibilidad de hacer el deporte que tanto me apasiona en uno de sus lugares más emblemáticos, viviendo y atesorando cada segundo de ese trayecto final.
El tiempo, 3:17, da lo mismo. Se logró llegar, disfrutar y terminar con una sonrisa en el rostro y en el alma que durará para siempre. ¡Gracias a la vida!
Claudio Macías
Fecha de la carrera: Domingo 4 de mayo de 2025